jueves, 15 de marzo de 2012

Jugar al Rocío

Desde chiquitilla he jugado al Rocío. Los que me conocen saben que las sevillanas que cantan Ecos del Rocío que empiezan diciendo “Dice que tiene en su casa un caminito de arena…” se me podía adjudicar perfectamente porque es lo que he hecho cuando era pequeña.

Pero el caso es que no se debía al ambiente de mi casa, ni mis padres eran rocieros ni lo son ahora y mi familia nunca había tenido ni la curiosidad de ir.

En el colegio había una niña de clase que cantaba sevillanas y todas eran para la Virgen del Rocío, con unas letras muy bonitas que hablaban de las carretas, los caballos, los romeros, y me acuerdo como si fuera ahora mismo, que en los recreos ella hablaba de las cosas que había hecho el fin de semana. Mientras las demás decíamos que habíamos estado en casa de los abuelos, o en el parque o en un zoológico, ella algunas veces decía que había ido al Rocío con sus papás y que había visto a la Virgen del Rocío y que la Virgen tenía al Pastorcito que era el Niño Jesús y que allí había mucha arena y muchas carretas… Las cosas de los niños con sus historias, pero a mí me encantaban las historias de esta compañera, con la que me llevaba muy bien y me sigo llevando porque luego fuimos al mismo instituto y después salimos en la misma pandilla.

Cuando yo llegaba a mi casa cogía mis muñecos y me montaba mi película tal cual me la había contado mi compañera de clase, hasta cogí una vez tierra de una maceta para jugar con la arena, en una caja de zapatos, al fondo dibujaba a la Virgen como Dios me daba a entender, y como mi hermano tenía dinosaurios yo se los pedía prestados y decía que eran los caballos.

Cuando terminé la EGB hicimos nuestro viaje de fin de curso y estuvimos una semana en Huelva. Fuimos a ver las Minas de Río Tinto, el Puerto de Palos, Moguer y la casa de Juan Ramón Jiménez y lo más pintoresco de Huelva, pero el momento más bonito que no voy a olvidar hasta que me muera es cuando fuimos a visitar el Rocío y tal como bajamos del autobús pisé las arenas, yo que había jugado con tierra de una maceta, y busqué a mi compañera para recordarle lo que me contaba ella cuando éramos más chicas.

“Pues verás cuando entremos en la Ermita, me dijo”… Y al entrar, allí estaba la Virgen en su paso de Reina, detrás tenía un paño rojo y a mí me dio por llorar y a mis compañeras por reírse de mí, menos una que sabía lo que me estaba pasando.

Después alguna más se contagió del llanto, por la emoción de haber terminado juntas la EGB, algunas iríamos a institutos diferentes, otras al mismo, todo iba a ser distinto a partir de nuestro octavo curso. Para mí más que ninguna porque antes de salir de allí, le prometí a la Virgen volver al Rocío como fuera y así ocurrió. No pude contagiar a mis padres ni a nadie de mi familia pero más tarde conocí a un rociero que se convirtió en mi marido y los dos les inculcamos a nuestros hijos el amor a nuestra Madre.

A mis hijos también los sorprendí en alguna ocasión jugando al Rocío y me recordaba tanto mi infancia que me ponía a jugar con ellos porque la Virgen, cuando quiere a alguien para su rebaño, se vale de lo que sea, hasta de los juegos de una niña que ni por el pensamiento le hubiera pasado que conocería el Rocío y que ya no podría vivir sin ir a ver a una imagen que le cambiaría la vida.

¡Gracias, Madre!


Escrito por Teresa Barrera / Fuengirola   

No hay comentarios:

Publicar un comentario